26 junio 2012

LVI.

De nada sirve
que decida no tropezar
dos veces
en esta piedra.

El oro del tiempo es
un pellizco primitivo,
una embestida brutal
en el vientre,
un rayo
de fuego lácteo.

Me declaro
fuera de mí,
más yo que nunca,
siempre otro.

21 junio 2012

Hiperespacio.

Una noche despertarás
y mi cara inundará tus ojos.
Sentirás sed,
sacarás los pies de la cama,
de un impulso elevarás tu cuerpo
y del dormitorio a la cocina
recorrerás el pasillo.

(Allí nos cruzaremos.)

Yo estaré
recorriendo otro pasillo,
- nadie sabe a qué distancia -
de otra cocina a otro dormitorio,
doblando mi cuerpo
para entrar en otra cama,
con tu cara inundando mis ojos
y una sed irreparable.

13 junio 2012

Ínsodo.

Allá a lo lejos,
sobre el monte,
arrinconada
en la concavidad de una roca,
como un tesoro huérfano,
una zarza ardía.
Abandoné mis ocupaciones,
casa, huerto, mujer e hijos,
ahogados en un mar de lágrimas
(hasta la cal de las paredes lloraba)
y marché al encuentro
de aquel misterio.
Tenéis que comprender -les decía-.
Anestesiaba mi cuerpo
aquella visión divina
y no padecí en el camino
más que la impaciencia
de su proximidad.
Pero hice cumbre.
Me descalcé,
seguro de que el lugar que pisaba
era santo
y arrodillándome dije:
aquí estoy, Señor,
te vi desde el fondo del valle
y he salido en tu busca.
Líbrame de incertidumbres
y dime al fin
qué destino me aguarda,
qué misión me encomiendas,
pues a ti me entrego.
Y haciendo Dios vibrar el monte,
con pereza y apatía,
contestó: hijo mío,
tú no sirves para nada.

08 junio 2012

LV.

Quisiera asomarme
sonriente
a la brecha de luz
última de tus ojos
y aniquilar
si allí existiera
un insólito gramo
de paz.

Para enseñarme el odio
viniste.

04 junio 2012

La rubita.

En la vida, dondequiera que sea, ya entre sus filas endurecidas, ásperas, rudamente pobres y desaliñadamente roñosas de las capas bajas, ya entre los estamentos superiores, monótonamente fríos y aburridamente pulcros, en todas partes, el hombre por lo menos una vez encuentra en su camino un fenómeno distinto de todo cuanto ha tenido ocasión de ver hasta ese momento, un fenómeno que por lo menos una vez despierta en él un sentimiento distinto de todos los que ha de experimentar en la vida. En todas partes, a través de las aflicciones con que se teje la vida nuestra, pasa corriendo una radiante alegría, como una lujosa carroza arrastrada por preciosos corceles con jaeces de oro y cristales que brillan al sol, carroza que, a veces, atraviesa, súbita y velozmente, una mísera y perdida aldehuela donde nunca se ha visto otra cosa que las carretas de los campesinos, y entonces los mujiks se quedan largo rato de pie, pasmados, boquiabiertos, sin ponerse los gorros aunque el maravilloso carruaje se ha perdido de vista ya hace mucho. Asimismo la rubita apareció en nuestro relato y no menos repentinamente desapareció.

Nikolái Vasílievich Gógol. Almas muertas, 1842.