Seguidilla del hatillo o de las cargas muertas.

Me dicen, tan ligeros:
¡qué flaco vienes!
¿Quién sabe el peso neto
que el flaco tiene?

Seguidilla de los duelos.

Donde tendrías que ir sola,
yo iré contigo
y si llega mi hora,
sea Dios tu abrigo.

Seguidilla de la gallina ciega.

Para qué me pregunto
al Sur o al Norte,
si yo sigo tu rumbo
confuso y torpe.

Seguidilla del incontinente II.

Una palabra es un monstruo,
un gesto, ofensa...
Me tragaré, con gusto,
manos y lengua.

Seguidilla del acorralado o de las dos caras.

Me tomáis por lacayo
y me rebelo
haciendo el mismo daño
que yo condeno.

Seguidilla del orbitante.

Cómo podré ser hombre
y no espejismo,
si no hay ya donde volver
siendo uno mismo.

Seguidilla de los peregrinos.

Si yo soy el camino,
seas tú el torrente
que aviva en el camino
lo que olía a muerte.

Seguidilla de los axiomas.

Es el cielo la nada,
la Tierra un orbe,
claras las aguas claras,
bufón el Hombre.