17 diciembre 2008

Sofía.

10 diciembre 2008

La matanza.



09 diciembre 2008

Aguaespejo granadino 4/4.

08 diciembre 2008

Aguaespejo granadino 3/4.

05 diciembre 2008

Aguaespejo granadino 2/4.

04 diciembre 2008

Aguaespejo granadino 1/4.

22 noviembre 2008

Genealogía.

Yo seré Leopoldo María Panero,
como Leopoldo María Panero es Pessoa,
como Pessoa fue Álvaro de Campos.

16 noviembre 2008

Estructuras.

18 octubre 2008

Maestro Conte.



04 marzo 2008

Sueño pesadilla.

Uno de los recuerdos de infancia que solemos guardar con más claridad son los sueños. Me refiero a las pesadillas. Yo tengo una. No es especialmente sugerente, pero la conservo en mi cabeza como si hubiera sucedido en realidad. Es una de esas en las que el cuerpo no reacciona a las órdenes que envía el cerebro y al final la catástrofe sobreviene sin más remedio, y en los eternos segundos que transcurren hasta que el mal se desata, uno pelea como el pez colgando del anzuelo. Es muy típico, sencillo.

Durante mucho tiempo hubo en la calle donde vivía una antigua casa, prácticamente en ruinas, sucia por dentro y por fuera, con las ventanas machacadas a pedradas y la fachada negra de moho. Era como una pequeña y vieja casa noble entre edificios horribles, incluido el mío. Pasaba por delante de ella muy a menudo, a diario. Para ir a clase, para ir a por pan o a la carnicería, a la tienda de Joaquín o al zapatero. Alguno de estos viajes también tiene su historia.

Siempre llamó mi atención, seguro que por lo extraña que resultaba su ubicación en aquella calle, entre bloques mucho más altos que ensombrecían un pequeño jardín salvaje tras la cancela.

Alguna vez imaginé que era mía. No me importaba que fuese oscuro el jardín, sólo pensaba en mis clicks de playmobil explorando aquella selva, a un segundo de una acera salpicada de mierdas de perro e invadida de coches.

Un día la casa amaneció envuelta en una malla verde, una tela de esas que colocan para evitar salpicaduras de escombros a la calle. Y comenzaron a destruirla desde la cubierta hacia el suelo, en un proceso tosco y lento que puso fin a mi primera idea de casa y sirvió de excusa a mi pesadilla.

En uno de esos viajes diarios en los que ayudaba a mi madre a hacer la compra, me detuve en la acera a observar cómo los operarios destruían tabiques, puertas, baños, suelos, terrazas, y como los restos caían por el interior de la red hasta el suelo. Todos excepto un gran bloque de hormigón que la atravesaba en dirección a mi cabeza. Pero tan lentamente caía, que sentí total seguridad en poder evitar el golpe. Sin embargo, como esperaban, mi cuerpo no reaccionó y aquel tremendo losco aplastó mi cráneo contra el suelo.

Esperanza.

17 febrero 2008

Atenas.

Esperanza.

16 febrero 2008

Gordos comiendo.

Cafetería.

15 febrero 2008

La fantasma.

La mayor diversión de Anilla la manteca, cuya fogosa y fresca juventud fue manadero de alegrones, era vestirse de fantasma. Se envolvía toda en una sábana, añadía harina al azucenón de su rostro, se ponía dientes de ajo en los dientes, y cuando ya, después de cenar, soñábamos medio dormidos, en la salita, aparecía ella de improviso por la escalera de mármol, con un farol encendido, andando lenta, imponente y muda. Era, vestida ella de aquel modo, como si su desnudez se hubiera hecho túnica. Sí. Daba espanto la visión sepulcral que traía de los altos oscuros, pero, al mismo tiempo, fascinaba su blancura sola, con no sé qué plenitud sensual...

Nunca olvidaré aquella noche de septiembre. La tormenta palpitaba sobre el pueblo hacía una hora, como un corazón malo, descargando agua y piedra sobre la desesperadora insistencia del relámpago y el trueno. Rebosaba ya el aljibe e inundaba el patio. Los últimos acompañamientos –el coche de las nueve, las ánimas, el cartero- habían ya pasado... Fui, tembloroso a beber al comedor, y en la verde blancura de un relámpago, vi el eucalipto de las Velarde –el árbol del cuco como le decíamos, que cayó aquella noche- doblado todo sobre el tejado del alpende...

De pronto, un espantoso ruido seco, como la sombra de un grito de luz que nos dejó ciegos, conmovió la casa. Cuando volvimos a la realidad, todos estábamos en sitio diferente del que teníamos un momento antes y como solos todos, sin afán ni sentimiento de los demás. Uno se quejaba de la cabeza, otro de los ojos, otro del corazón... Poco a poco fuimos tornando a nuestros sitios.

Se alejaba la tormenta... La luna, entre unas nubes enormes que se rajaban de abajo arriba, encendía de blanco en el patio el agua que todo lo colmaba. Fuimos mirándolo todo. Lord iba y venía a la escalera del corral, ladrando loco. Lo seguimos... abajo ya, junto a la flor de noche que, mojada, exhala un nauseabundo olor, la pobre Anilla, vestida de fantasma, estaba muerta, aún encendido el farol en su mano negra por el rayo.

Platero y yo. Juan Ramón Jiménez. 1914.

14 febrero 2008

Bienvenida.